SINOPSIS
El primer libro en el que un etarra arrepentido cuenta, en primera persona y sin esconder nada, qué le llevó a formar parte de la banda.
El ex-etarra Iñaki Rekarte, que ha pasado veintiún años en la cárcel, condenado por múltiples asesinatos, ahora arrepentido y reinsertado, lo cuenta todo en este libro, desde su incorporación a la organización terrorista a los diecinueve años, su vida dentro de ETA, sus actuaciones criminales y cómo se enamora de su mujer, Mónica, trabajadora social en la cárcel, y a través de ella descubre un mundo y una sociedad, desconocidas para él, que hasta entonces sólo odiaba.
Rekarte es uno de los miembros de ETA que consiguió la libertad en noviembre de 2013 al aplicarse a la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que tumbó la aplicación de la doctrina Parot.
Fue condenado a 203 años y seis meses de prisión por haber colocado un coche bomba en Santander en 1992 que mató a tres personas e hirió a 21. Estando en prisión, rompió con la disciplina de la organización terrorista y se acogió a la denominada vía Nanclares. Fue expulsado del colectivo de presos terroristas por condenar la lucha armada de ETA y tratar de reconciliarse con las víctimas. Para la organización terrorista es un traidor.
CITAS Y FRAGMENTOS DEL LIBRO
"Su llegada fue una especie de
chispazo que provocó en mí una sensación que no había vivido en mucho tiempo.
Fue como una aparición venida de otro mundo, una imagen que contrastaba de
manera inimaginable con aquella rutina diaria poblada por los presos más
peligrosos del país y los funcionarios que mantenían el centro sometido a un
régimen especialmente estricto".
"No es fácil mantener una relación
amorosa cuando eres uno de los miembros de ETA más perseguidos, tienes tu
expediente bien marcado en rojo con intentos de fuga y estás recluido en la
cárcel más segura y controlada del país. Esto significa que para ti no hay
encuentros íntimos y que las simples visitas del locutorio se te otorgan con
cuentagotas. La llama del amor hay que alimentarla de vez en cuando y no dejar
que se apague, pero esto era imposible en Puerto I".
"Era de allí, de Cádiz, así que
pertenecía a un mundo que para mí formaba parte del territorio enemigo; un
mundo que no conocía, pero que había aprendido a odiar. Sé que proclamar el
odio hacia lo que se desconoce puede sonar contradictorio, pero en aquellos
años de rejas y aislamiento, de vueltas al patio y olor a presidio, el odio se
había convertido en una herramienta fundamental para mantenerme aferrado a mis
ideales y sobrevivir".
"Los primeros años de
cárcel los había dedicado a tejer un entramado interior que me salvaguardara.
Lo que había hecho, estaba hecho, y punto. No había vuelta atrás. Los muertos
habían quedado en el camino, eso era todo. Formaban parte de un conflicto, como
cuando estás en una guerra y hay caídos en el frente. No había dudas al
respecto, ni problemas de conciencia".
"Así que allí estaba yo, uno de los presos de ETA de
Puerto I, cayendo sin remedio en un amor imposible, atrapado por una relación
difícil de entender y asumir desde cualquier punto de vista. Seguir adelante
con aquel enamoramiento suponía mi separación del grupo al que había estado
unido desde mi entrada en la cárcel. Y hace frío fuera del grupo. Suponía, incluso, un posible conflicto con la
organización. Mi vida se podía complicar de forma seria si seguía adelante con
aquello. Para ella,
las consecuencias eran parecidas, o incluso más difíciles. Mantener una
relación con un preso de ETA con condena firme por pertenencia a banda armada y
asesinato causaba un profundo rechazo en su entorno. Nadie iba a poder
comprenderlo ni aceptarlo".
"Para ella fue especialmente
doloroso recibir la confirmación oficial de que su historia de amor con un
preso iba a significar el final de su carrera, que hasta ese día había sido el
objetivo principal de su vida. Ante la disyuntiva, Mónica no dudó ni un
instante: He optado por ti, he optado por nuestro amor, por nuestra bonita historia que
quiero que continúe, que crezca y que dé frutos."
"No exagero si digo que en gran parte fue mi amor
por Mónica lo que me llevó a pensar de otra manera. Yo ya llevaba un trozo del
camino hecho, porque los años de cárcel no fueron en balde, pero fue gracias a
ella que pude empezar a ver la realidad tal cual era, no como yo la había
imaginado antes. Enamorarme de ella me hizo reflexionar sobre todo lo que me
había ocurrido en mi vida, sobre el daño que había causado, sobre la inutilidad
de la violencia, y pronto empecé a preguntarme cómo me había metido en ese
callejón sin salida."
"Sí, un antiguo miembro de ETA, un
hombre que estuvo lleno de odio, lloraba al comprender que todo lo que había
hecho en el pasado no tenía vuelta atrás, que los muertos no iban a resucitar,
que el daño causado no se podía reparar. Aquel viaje me había permitido ver con
mis propios ojos una realidad que durante gran parte de mi vida me había negado
voluntariamente a mirar.
Por eso, aquel día, saliendo de Cádiz, con mis manos
agarradas al volante del coche que nos llevaba a los dos de vuelta a casa, al
fin pude hacer algo que recordaba haber hecho muy pocas veces en mi vida
adulta: llorar.
Aquel
fue un viaje hacia mi interior con un espíritu completamente renovado. Y
gracias a él pude verlo todo con otros ojos. Ya no quería volver a llevar la
vida que había conocido en el pasado. Necesitaba cambiar, necesitaba tener
esperanza y, quizá lo más difícil, necesitaba perdonarme a mí mismo".
"No hablé nada durante el
encuentro, no me salía nada. Allí, delante de toda aquella gente, en medio de
la parafernalia carcelaria, no fui capaz de decirle nada. Luego, cuando
salimos, sentí una enorme tristeza, le hubiese contado tantas cosas, le hubiese
dicho que le quería tanto, pero no pude hacerlo en ese momento".
"Fuimos a su casa corriendo,
cogimos el subfusil y allí mismo, antes de salir a realizar la operación,
decidimos echar una moneda al aire para decidir, a cara o cruz, quién iba a ser
el ejecutor, quién iba a disparar. Agarré un duro de la época, lo lancé, dio
varias vueltas, lo detuve sobre el reverso de mi mano y lo tapé con la otra.
Miré a Juanra con un gesto inquisitivo.
—Cara
—me dijo con decisión, como si quisiera que ese fuera el resultado.
—Cara,
has acertado —le respondí.
En aquel momento no
sentí alivio, en contra de lo que pudiera parecer. Es raro decirlo ahora, pero
me pareció que el azar se había puesto del lado de Juanra aquel día".
"Aquella noche me metí en la cama
sin conocer las consecuencias exactas de nuestra acción. A la mañana siguiente,
mi madre me despertó diciéndome:
—Iñaki,
han matado a uno en la plaza de Urdanibia.
Confieso
que en ese momento me puse contento. Nuestro objetivo estaba logrado. Francisco
Gil Mendoza había recibido dos disparos de bala y había muerto a pocos metros
de allí. No logró escapar. Su hermano, en cambio, con el que había coincidido
en el proceso de desintoxicación, sí había conseguido huir con vida. Al fin
aquello era real. Habíamos logrado completar una acción."
"Muchos años después, cuando llevaba más de dos décadas en
la cárcel, tuve relación con la hermana de los dos traficantes. Me escribió
varias cartas en las que se quejaba de que su hermano, el que había muerto en
el atentado de Irún, era considerado una víctima de segunda categoría, por
haber sido un traficante de drogas, y por este motivo no lo incluían en la
lista oficial de fallecidos. Como si hubiera muertos de primera y de segunda
entre las víctimas de ETA.
Reconozco
que aquellas cartas me produjeron una gran conmoción. Porque me escribía sin
ningún rencor y me explicaba lo que había sido de su familia a partir de ese
atentado. Me contó que su madre se murió de pena y su otro hermano, el que
logró escaparse, había fallecido de sida años después. Era tremenda la
desolación de aquella mujer. La vida la había tratado muy mal y nosotros
habíamos tenido una responsabilidad capital en ese triste destino. Éramos los
asesinos de su hermano. Pero para mí lo más duro era que sus cartas, que
destilaban una gran desolación y un enorme sufrimiento, no transmitían
sentimientos de odio ni de venganza.
Sinceramente,
hubiera aceptado sus insultos, sus amenazas y su desprecio por todo lo que la
habíamos hecho sufrir, pero no había nada de eso en sus palabras. Había,
simplemente, pena y dolor. Me hizo pensar profundamente, me hizo sentir mal de
verdad."
"Sé que muchas personas poco familiarizadas con este
mundo se pueden sentir sorprendidas al conocer esta forma de funcionar, pero
así era ETA. Así de simple y arbitraria... Alguien, un simpatizante que hacía
vida normal en su pueblo, pasaba un papel con información sobre diversos
objetivos a otro vecino, quien posteriormente lo hacía llegar al comando
operativo y este decidía contra qué elemento actuar en función de las
circunstancias y de las posibilidades de éxito".
"En la despedida, el aita me dio un abrazo más fuerte de lo
habitual y me mantuvo varios segundos apretado contra él, con sus brazos
agarrados a mi espalda. Era como si no quisiera despegarse de mí, como si
sintiera que en ese momento nos despedíamos para siempre, como si creyera que
no iba a volver a verme con vida nunca más. Y nos dijo:
—Pisad
fuerte, ¿eh? Tened mucho cuidado.
Ese
día vi diferente a mi padre. Me pareció que me hablaba como a un hombre, no
como a un niño, como había ocurrido antes. Aquella situación no tenía vuelta
atrás y él se daba cuenta de que ya no podía ejercer su autoridad sobre su
hijo, que se le iba definitivamente para llevar una vida completamente
independiente, imprevisible y peligrosa, pero en la que él poco tenía que
decir, aunque quisiera decir mucho".
"Nuestra misión era quedarnos allí
un tiempo largo, aunque sin definir exactamente, y hacer el mayor daño posible.
Esa era la consigna que habíamos recibido y a eso nos íbamos a dedicar en los
próximos meses".
"Yo era el responsable del comando, pero tenía poca idea,
por no decir ninguna, de qué debía hacer ni cómo podía montar un grupo armado
operativo. Lo sorprendente era que Koldo y Dolores eran aún más inexpertos que
yo, con el agravante de que ninguno de los dos sabía manejar un coche ni tenía
el carnet de conducir. Suena a chiste, si no fuera por el drama que nuestra
actividad causaba, pero esa era la realidad. Éramos tres novatos enviados por ETA
a operar con coches bomba, pero no conocíamos el lugar, y sólo yo era capaz de
agarrar un coche y llevar a cabo una fuga, si se daba el caso".
"Los agentes confirmaban que no
había habido víctimas mortales entre sus compañeros, pero la deflagración se
había llevado por delante a tres personas que no tenían nada que ver con la
policía. Escuchar aquello nos puso de mal humor. El atentado había salido mal,
habíamos fracasado. Pero en ese momento no teníamos esa sensación por haber
matado a tres inocentes que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar
equivocado en el momento menos oportuno, sino por no haber acabado con ningún
policía. No habíamos logrado los objetivos que nos habíamos marcado. Las otras
muertes nos parecían inevitables daños colaterales. Aunque no las buscábamos,
tampoco podíamos impedir que ocurrieran".
"Lo terrible de un hecho así es
cuando terminas poniendo nombre y cara a las víctimas. En el momento del
atentado, es obvio que tú no vas a por ellos, no son tu objetivo, no quieres
que muera nadie fuera de la específica diana que te has trazado. Pero estaban
allí, o pasaban por allí, justo en el momento en el que giré la cabeza y vi que
la furgoneta policial se encontraba a la altura del coche bomba y yo debía
hacer explotar la carga".
"Tres días después del atentado,
en Santander se organizó una enorme manifestación, con una gran multitud
rechazando el atentado. Fue la mayor concentración de la historia de la ciudad.
Nosotros, que estábamos escondidos en casa, decidimos apagar las luces porque
pensamos que, quizá, si veían que no habíamos ido a la manifestación,
sospecharían de nosotros. El lema de la marcha rezaba «El pueblo contra el
terrorismo», y entre los manifestantes surgieron voces que pedían la
restauración de la pena de muerte."
"Nosotros
no nos dimos por aludidos, no nos identificábamos con el terror, sólo
defendíamos lo nuestro. La ciudadanía en general no era nuestro objetivo. Sus
muertes eran sólo «daños colaterales». Pero esos efectos colaterales volverían
más tarde a mi mente, una y otra vez, con toda su carga de dolor, para
recordarme la fatídica fecha del 19 de febrero de 1992".
"Creo que se dio perfecta cuenta
del embolado en el que le estábamos metiendo, pero no quiso mandarme a freír
espárragos. Me conocía y podía intuir por dónde andaba, por eso no nos dejó
pasar a su vivienda y al final tomó una especie de decisión salomónica. Nos
negó su casa, pero nos ofreció la de Dios. Así que bajamos a la iglesia, nos
dormimos, y a las seis de la mañana, tal y como él nos había pedido, nos
fuimos. Al marcharnos pensé que allí se acababa mi relación con Treviño, pero
no, lo que le dejamos fue una terrible pista que unos meses más tarde le iba a
llevar directamente a la cárcel".
"Eso es algo que todos los de la kale borroka, esos chavales que andan en
las manifestaciones de apoyo a ETA, desconocen. No tienen ni idea de la dureza
que acarrea esa vida que tanto dicen admirar. Esos héroes que ensalzaban, esa
épica, ese romanticismo de la batalla contra el enemigo, es todo un cuento. Lo
dice uno que estuvo allí y lo sufrió en su propia carne. Es muy fácil apoyar a
ETA en la calle, en las manis, y
luego ir a la sidrería, a los arranos,
los bares de los abertzales, y
rematarlo todo con un chuletón y una botella de sidra en la mesa. Mientras
tanto, los del comando están escondidos en su agujero, encerrados en su
soledad, a la espera del siguiente atentado. Otra cosa que no saben esas
personas que no fueron a su «guerra» es que buena parte de los que soportaron
esa vida de sombras no están del todo bien de la cabeza, no consiguen dormir
tranquilos, se acuerdan de cada persona que han matado, y si no se acuerdan es
porque lo apartan de la mente con un esfuerzo tremendo que les machaca por otro
lado".
"Al principio tratas de olvidarlo todo, de enterrarlo en
algún lugar lejano de tu memoria, pero siempre vuelve, y lo hace para quedarse
contigo, no puedes quitártelo de la cabeza, continuamente va a tu lado".
"Hay dos caminos, cuando eres preso de ETA: o terminas
verdaderamente mal, sobre todo si tienes conciencia de haber hecho el mal, de
haberlo generado y alimentado durante años y años de actuación violenta, o
tratas de taparlo escondiéndolo bajo el manto de la política, de la represión
en Euskadi, de la situación de los presos, de lo que sea. Lo que pasa es que
cuando estás solo contigo mismo, toda esa palabrería vana no vale para nada.
Cuando estás en tu celda, viene a ti lo que hiciste, el daño que provocaste,
viene todo eso a tu mente y no te da descanso. Vuelven a ti los muertos que
causaste. Entretanto, tienes que enfrentarte a tus propios demonios interiores".
"Pero el odio sólo sirve durante un tiempo. Con el paso de los años,
esos pensamientos acaban aflorando. El mal causado, las terribles
consecuencias, el daño infligido, todo. Vuelven, una a una, todas tus acciones
y tus víctimas, casi en cámara lenta, una y otra vez.
Yo he hablado de todo esto en privado con algunos presos
y a la mayoría le ocurre lo mismo, pero en público nadie lo dice. Hay
unanimidad en aceptar lo hecho y las consecuencias. Todo es resultado de un
conflicto entre Euskal Herria y el Estado español y así se queda, sin más. Lo
otro sería rendirse, aceptar que se ha errado, que uno estaba equivocado y que,
por lo tanto, toda la organización había fallado como proyecto y como idea.
Pero eso no es lo que dicen, se mantienen en sus trece e insisten en lo de las
consecuencias del conflicto. El calvario personal de muchos de ellos es
indudable, aunque no se atrevan a reconocerlo públicamente".
"Cuando los presos salimos de la cárcel, nos encontramos
con un mundo muy diferente al que imaginábamos. Allí dentro te haces una idea
con cuatro datos que ves en la tele y lo que te dicen los abogados y familiares
que van a visitarte, pero eso forma parte de un todo endogámico que siempre
ofrece información sesgada. Cuando sales descubres que la realidad no tiene
nada que ver con lo que te habían contado.
Te haces una idea falsa, de una Euskadi que no existe, de
una fantasía sobre la política y la sociedad vasca que no tiene nada que ver
con la realidad. Como si tuvieras una imagen fija de cómo era el mundo en los
años en los que entraste en la cárcel y luego le fueras poniendo pegatinas
encima con lo que ocurre después, creyendo que esa es la realidad. Y lo que
ocurre es que ese mundo desapareció y el de hoy no lo entiendes, te faltan
claves, te encuentras perdido, desorientado.
Pero lo más tremendo de todo es
cuando lees las declaraciones de un personaje muy importante en la historia de
ETA, uno de sus fundadores en el lejano 1958. Me refiero a Emilio López Adán, Beltza, médico vitoriano y uno de los
responsables de introducir el concepto revolucionario en esa organización,
añadido a su faceta nacionalista. En una entrevista publicada en el semanario
en euskera Argia, en octubre de 2012,
después de que ETA anunciara el cese definitivo de sus actividades armadas,
decía lo siguiente:
La estrategia político-militar de ETA ha terminado y ha sido un fracaso. ETA ha
dejado la lucha armada y hay 700 presos sin ninguna esperanza de ser liberados:
la territorialidad está en el punto en el que estaba, y el derecho de
autodeterminación —en lo que respecta al Estado español— está en el mismo nivel
de reconocimiento en el que estaba. ETA no ha conseguido ninguno de sus
objetivos.
Qué duro se hace escuchar algo
así después de tantos años de violencia, después de tanto sufrimiento, después
de tanto dolor esparcido por tantos pueblos y ciudades".
"Una de las pocas cosas buenas que tiene la cárcel es que
te hace acostumbrarte a vivir con lo justo, con lo estrictamente justo, porque
siempre te están moviendo de celda o incluso de prisión. Te haces muy espartano
y tiendes a no acumular nada más que lo necesario. Por eso, deshacerme de esos
papeles, que habían viajado conmigo durante todo ese tiempo, fue como una
catarsis que me ayudó a romper definitivamente con mi pasado".
"Es curioso cómo se puede sufrir de forma tan intensa por
algo, como en mi caso fue la ruptura con L., que luego, con el paso del tiempo,
ya no parece tan importante. Sin embargo, en aquel momento era lo más
trascendental de mi".
"En la cárcel experimenté una evolución personal que me
acercó al odio. Yo nunca lo había sentido antes. Jamás había odiado a España ni
a la Guardia Civil. Fue en la cárcel donde aprendí a odiar. Digamos que aquella
era una buena escuela para generar ese sentimiento, y también tenía buenos
profesores. Me aferraba al grupo de compañeros, me sentía parte de aquel
conglomerado de hombres que habían llegado allí por causas parecidas a la mía.
Éramos, además, diferentes a los demás presos. Formábamos una especie de grupo
aparte, un gueto constituido por nuestra propia voluntad".
"Veinte años en prisión son muchos y dan para darle muchas
vueltas a la cabeza. No siempre he pensado igual y mi pensamiento tampoco ha
evolucionado en este tiempo en línea recta, de pensar de una forma a otra.
Muchas cosas han influido para que yo fuera iniciando mi camino de rechazo a la
violencia".
"De manera intuitiva, sin que
mediara ninguna orden, los del grupo de presos de ETA nos mantuvimos esa mañana
especialmente unidos. Era una especie de tic de autodefensa, por lo que pudiera
ocurrir. El ambiente dentro del recinto carcelario fue subiendo de tono según
pasaban las horas, ya que el resto de presos nos veía responsables de aquello.
Nosotros teníamos claro que los atentados no eran obra de ETA. Yo, desde luego,
no tenía duda. Por muy locos que estuvieran los dirigentes de la organización
en ese momento, esos atentados, planificados claramente para matar a un montón
de trabajadores y gente corriente, no encajaban en los planteamientos del
grupo. Tenía ese convencimiento, pero además, en lo más profundo de mi ser,
deseaba que la autoría no fuera de ETA, porque en caso contrario nos esperaban
unos meses de órdago".
"Mónica me hacía sentir feliz, pero aquella relación me
llenaba de dudas. No por mí, sino por ella. No quería hacerle daño, me
horrorizaba pensar que pudiera sufrir por mi culpa, así que un día le envié una
carta en la que le explicaba lo complicado que veía lo nuestro y le proponía,
por el bien de los dos, que lo dejáramos. Y le escribí:
Es mejor que lo dejemos ahora, cuando aún estamos a tiempo, y no cuando nuestra
relación se haya consolidado. Será duro para ti, será muy duro para mí, pero
saldrás adelante. Te mereces algo mejor, alguien que pueda cuidarte, alguien
que esté siempre contigo. Yo no puedo ser ese alguien.
Fue muy difícil para mí tomar
aquella decisión. Me sentía como un cabrón, porque sabía que le iba a doler,
pero pensé que ella no debía estar con alguien que estuviera condicionado por
una situación como la mía, preso en una cárcel de alta seguridad con una larga
condena por delante. No era ese el lugar idóneo para un amor eterno. A lo sumo,
aquello sólo valía para simples retales amorosos".
"Pese a las dificultades, cada vez me sentía más feliz. Al
fin podía desarrollarme personalmente, podía decir las cosas como las sentía.
En una de mis cartas, le hice a Mónica un nuevo resumen de mi vida sin tapujos,
sin medias verdades. Pensé: si voy a comenzar de cero, voy a hacerlo bien. Creo
que esa carta llegó a Instituciones Penitenciarias y alguien la leyó. Era la
primera vez que expresaba por escrito de mi deseo de iniciar un nuevo camino,
un camino al margen de ETA".
"La ruptura de la tregua fue la gota que colmó el vaso de
mi paciencia. En ese momento tomé la decisión de separarme completa y
definitivamente de la organización. Hasta entonces había albergado la esperanza
de que el largo tiempo que llevábamos sin atentados, aquella tregua que ETA
había llamado «alto el fuego permanente», se convirtiera en un alto el fuego
definitivo. Ese era mi deseo, mi anhelo, mi sueño. Pero lo que ocurrió el 30 de
diciembre de 2006 echó por tierra esas expectativas.
Mónica se dio cuenta, yo había
cambiado. Y ese instante, el de ver por primera vez la carita de mi hijo, fue
el decisivo. Lo que había pensado tras la finalización de la tregua ya no tenía
marcha atrás. A los pocos días hablé con la directora de la cárcel y con el
subdirector de seguridad y comencé a tantear la posibilidad de encontrar una
salida a mi situación. A la vez, envié una comunicación a la Iglesia. Mi
experiencia con miembros de esa institución había sido buena y tenía confianza
en algunos de ellos. Lo hice a través de Félix Azurmendi, el director de
Proyecto Hombre que me ayudó a separarme del mundo de las drogas. Él me había
escrito cuando estaba en la cárcel reprochándome que después de haber salido de
las drogas me hubiera metido en ETA y yo, en aquella ocasión, todavía joven y
alocado, le contesté con exabruptos".
"Buena parte de mi estancia en la cárcel la pasé viviendo
a la defensiva, unido al grupo, sí, pero sin plantearme nada que no fueran las
consignas que se generaban en ese ámbito tan cerrado, o las que llegaban desde
la organización. Por otra parte, así estábamos todos. Nadie pensaba por sí
mismo, nos limitábamos a seguir unas directrices muy concretas.
Pero
en realidad, ese no era yo. Ahora es fácil decirlo, pero en aquel lugar y en
aquellas condiciones resultaba casi imposible romper la dinámica que teníamos
tan marcada y pensar por nosotros mismos. No sólo por la soledad y el
aislamiento a los que podía llevarte una decisión así. Había otro motivo más
profundo para dar de lado a la realidad y seguir camuflado en el pensamiento
único del grupo: si decidías bajarte de ese carro, de inmediato perdía el
sentido todo lo que habías estado haciendo en los últimos años de tu vida, eso
por lo que habías luchado y que había acabado convirtiéndose en tu última razón
de ser.
Bajarte de ese carro suponía enfrentarte cara a cara a la
dura realidad de tu conciencia, en crudo, sin el parapeto de las consignas y la
épica de la lucha. Y ahí tu mente te empezaba a pasar factura. Porque habías
matado a personas, no habías hecho cuatro travesuras menores, no. Habías
acabado con la vida y las ilusiones de ciudadanos que tuvieron la mala fortuna
de cruzarse en tu camino. Muy duro. Demasiado. Era mucho más fácil esconderse
en el grupo y el dictado de la organización que mirar de frente a esa verdad,
aunque ella te estuviera esperando al otro lado de aquella larga travesía de
presidio".
"En aquella época, redacté un
texto que dejaba clara mi posición respecto a ETA:
Considero totalmente ilegítimas, cuando menos, la utilización y justificación
de la violencia para la obtención de un fin político y no político. La
violencia en sí misma es un error, máxime en una sociedad pacífica y
democrática como es la nuestra. No existe razón alguna que justifique las
barbaridades que en nombre de ETA muchos ciudadanos hemos cometido durante
décadas.Pido perdón a las familias de las víctimas que causé, entiendo lo duro
y casi imposible que tiene que resultar convivir con ello y perdonar a quien te
ha destrozado la vida para siempre. Jamás volveré a utilizar la violencia
contra otro ser humano. Tampoco la justificaré ni callaré frente a quien
persiste en ella, mi otro gran error en la vida.Deseo manifestar mi total
desvinculación con la organización ETA por entender que la violencia no
representa camino alguno para la obtención de objetivos políticos. Deseo igualmente
manifestar mi arrepentimiento por el daño causado y pido disculpas a cuantos
resultaron afectados por mis actuaciones.
Aquel documento refrendaba mi
desvinculación absoluta con mi pasado en la organización. No quería saber nada
más de ellos, no deseaba caminar a su lado, optaba por seguir mi ruta personal,
que ya había iniciado años atrás, pero que ahora confirmaba.
Inmediatamente,
como era de esperar, vino la respuesta de parte de ETA con mi «expulsión» del
colectivo de presos. Nunca supe qué querían decir con lo de «expulsión», porque
en realidad me había expulsado yo mismo hacía tiempo".
"Cuando me vi fuera, sentí una necesidad imperiosa
de alejarme de los muros de aquella cárcel, que representaba tantos años de
reclusión. No eran los muros de Nanclares, eran los muros de todas las cárceles
por las que había pasado, los muros de mi vida anterior. Allí se quedaban los
comandos, los atentados, los muertos, el colectivo de presos, el Frente de
Cárceles, todas las prisiones donde había estado encarcelado, las torturas
sufridas, el aislamiento, las huelgas de hambre, el dolor, la soledad, todo. Quería
dejarlo atrás cuanto antes, escaparme de aquella pesadilla, quería renacer,
vivir una nueva vida".
"Y allí me encontraba yo, sentado
trece años más tarde frente a la viuda de aquella víctima de ETA. Yo no maté a
su marido, ni tuve nada que ver con aquel caso; de hecho, estaba en la cárcel
en esa época, pero no pude evitar pensar en lo mal que me sentiría si hubiera
sido el que disparó aquella pistola. ¿Qué le diría? ¿Por dónde empezaría?
No
he tenido la oportunidad de conocer a los familiares de las personas que maté,
así que esa sensación me es desconocida. Pero cuando estás en presencia del
allegado de la víctima, no puedes evitar preguntarte: ¿qué hemos hecho con su
vida, con qué derecho? Y entonces llegas a pensar que todos hemos sido una puta
cuadrilla de locos, capaces de matar a personas sin saber ni quiénes eran, ni
por qué lo hacíamos. Un auténtico delirio".
"En otra ocasión llegó al bar una persona acompañada por
alguien de Santander, donde puse la bomba que mató a tres personas, y me lo
presentaron así:
—Mira,
Iñaki, este conocía a uno de los que mataste.
Al
oír eso, se me revolvió todo el cuerpo. Inevitablemente, volvieron a mi mente
las imágenes y las sensaciones de aquel momento tan lejano. Lo creía encerrado
en lo más profundo de mi memoria bajo siete llaves. Pero no, los recuerdos
trágicos salen de nuevo a la superficie y vuelves a rememorarlos.
—Pues
sí, precisamente, hace unos días se ha muerto en accidente de moto el hijo de
aquella víctima —me siguieron contando.
No
sabía qué decir, me quedé helado, con cara de tonto, sin lograr que las
palabras salieran de mi boca, aunque sólo se trataba de un conocido de la
víctima, no de un familiar cercano. ¿Qué será cuando estés frente a un hijo, un
hermano o un padre de un asesinado? En ese momento me di cuenta de lo mucho que
me quedaba que recorrer en este camino".
"Después de leer aquellas
declaraciones le di muchas vueltas al asunto. Pensé en lo extremadamente
difícil que debe ser ponerte delante de ese hombre y decirle:
—Yo
fui el que hizo estallar la bomba que mató a su hijo. Hoy no lo haría, pero
entonces lo hice. Siento enormemente lo sucedido y le pido perdón por ello, aunque
sé que no me lo va a dar.
Hay
familiares de víctimas que han perdonado. Otras no lo han hecho y es totalmente
comprensible. Yo mismo me pregunto a veces: si los hechos hubiesen sido al
revés, si el asesinado hubiera sido mi padre, por ejemplo, ¿qué haría?
¿Aceptaría la petición de perdón del asesino?
Es
curioso: en la cárcel tienes todo el tiempo para pensar, pero luego, cuando
sales y te sumerges en la vida diaria, con tu familia, con los hijos, con un
negocio que tienes que sacar adelante, te queda poco tiempo para la reflexión.
Pero cuando algo así llama a tu puerta, entonces sí que saltan tus fantasmas
internos, vuelven para recordarte lo que hiciste, una y otra vez".
"Mónica me contó que su familia
era muy conocida en Cádiz y que sus amigos, que eran incondicionales suyos, le
decían:
—Si
te has enamorado de ese chiquillo, por algo será, porque tú eres muy buena gente
y él también tiene que serlo.
Tanto
me gustó, tan bien lo pasamos, que regresamos dos meses después, en la Semana
Santa, y luego en los Carnavales del año siguiente. Tengo claro de dónde soy,
no albergo dudas sobre cuál es mi cultura, pero he aprendido a amar algo que
antes consideraba hostil. Por suerte, me di cuenta de que la vida es otra cosa
distinta a odiar, que hemos venido a este mundo para buscar amigos, no
enemigos".
"Mónica había sufrido mucho
durante demasiado tiempo por mantener vivo nuestro amor. Había tenido que pasar
por situaciones tan desagradables como cuando la policía se presentó en el
hostal donde se alojaba en Salamanca, cuando iba para visitarme a la cárcel de
Topas, y acabaron echándola del establecimiento. Inexplicablemente, cuando iba
a visitarme, la policía la vigilaba de cerca, pisándole los talones, como si
fuera una forajida. Ella nunca pudo entender tanta presión sobre una persona
que jamás había hecho nada malo, salvo enamorarse de un preso".
"Procuro enseñar a mis hijos a
hablar en euskera y ya logro mantener complicadas conversaciones con Iñaki, que
pregunta y pregunta, como todos los niños. Sé que algún día, en la escuela,
algún chaval le dirá que su padre era un etarra y que he matado a personas. Ya
le han dicho que he estado en la cárcel. Él sabe algo, nota que ese es un
asunto privado, una especie de secreto de familia, pero se calla.
Sé
que un día tendré que enfrentarme a esto. Con él y con mi hija, Hegoa. Antes de
que por ahí le cuenten cualquier cosa, he de ser yo, su padre, quien se siente
frente a ellos y les explique mi pasado. No sé por dónde empezar, pero lo haré.
Les confesaré que uno de los momentos clave de mi vida fue cuando ellos
nacieron y les recordaré cómo reflexionaba ese día sobre qué pensarían mis
hijos de mí cuando crecieran. Siempre les enseño que no deben hacer mal a
nadie, que no peguen, que eviten la violencia, pero eso también me lo decían a
mí en mi casa, y luego pasó lo que pasó".
"A
veces tengo la sensación de que esto no termina nunca, de que el proceso de
reflexión que inicié en la cárcel continúa fuera de ella. Más tarde viene la
explicación a las víctimas, a la sociedad, y después a tus hijos cuando crecen.
Y sé que al final queda pendiente la explicación a uno mismo, que es quizá la
más difícil. Aquello que hice en un breve periodo de mi vida me acompañará
hasta la muerte.
A mis hijos les debo una explicación, no puedo
escaquearme".
"Yo pienso igual. Maté a tres personas y eso es algo que
pesa sobre mi conciencia. Le he dado mil y una vueltas, y vuelvo a dárselas a
menudo. Me costó transformar mi pensamiento, pasar de la radicalidad a la
comprensión, del odio al afecto y el perdón. Y un día no muy lejano tendré que
enfrentarme a mi hijo Iñaki y a mi hija Hegoa y decirles:
—Hijos,
yo fui de ETA.
Y
a continuación les contaré:
—Yo
maté en nombre de ETA, sí, pero me arrepiento mucho de ello, me arrepentiré
durante toda la vida. Fue así, lo hice y tenéis que saberlo. Es algo muy duro,
algo irreversible, y espero que podáis perdonarme. Pequé contra el quinto
mandamiento, y me resulta muy difícil perdonarme. Porque lo más difícil es
perdonarse a uno mismo".
OPINIÓN PERSONAL
Es un libro muy rápido de leer, una vez se empieza es difícil dejarlo. Reconozco que oí por primera vez sobre Iñaki Rekarte tras la entrevista que le hicieron en "Salvados". Tras ver el programa traté de conocer todo lo publicado sobre él, y decidí que quería leer el libro.
La trama ya de entrada se torna interesante. No hace falta ser demasiado mayor para conocer "ETA" más allá de sus siglas, y lo que es peor y más triste, para conocer el daño que han causado en este país.
Por tanto reconozco que un libro en el que se hablaba del funcionamiento de la banda terrorista, de los motivos que llevaron a alguien a pasar de tener una vida normal a convertirse en un asesino, de sus pensamientos tras cometer un atentado...se tornaban interesantes para mí, y la lectura del libro era algo casi obligado.
Hay muchas cosas en él que me sorprendieron, como algunos retazos en los que habla sobre la organización, las maneras de actuar, de adoctrinar etc. O, la frialdad que desprenden los pensamientos que tenía Rekarte tras cometer o participar en atentados. Aún sabiendo la trama, sigue siendo tremendamente absurdo tanto sin sentido.
Otras partes del libro, son por suerte más esperanzadoras, cuando Rekarte comienza su propio camino de espinas personal, su consciencia ametralladora, recordandole el daño causado,cuando empieza a ser consciente de la mentira en la que vivía y decide poco a poco, abandonar la violencia y a la banda.
Reconozco que el arrepentimiento de Rekarte, aún sabiendo que nada podrá cambiar lo que ha hecho y que lo llevara como una losa toda la vida, le otorgan a libro todo el sentido por el que merece la pena leerlo.
Sé que es un libro complejo, que no todo el mundo estará dispuesto a leer ya que está destinado al rechazo por su trama y por su autor, algo que no condeno y que puedo llegar a entender, ya que el dolor causado hace lógicas las renuncias y los esquivos, pero que al mismo tiempo encuentro tremendamente interesante y necesario leer para conocer otro punto de vista de un episodio negro de la Historia de España, que nunca debió de haber ocurrido, escrito por alguien que lo ha vivido, conocido y participado en él.
Si alguien se anima a leerlo, espero que lo encontréis interesante, ya me contaréis
Hasta la próxima.