Para todos aquellos que viven perdidos entre páginas, desgranando historias y sueños párrafo tras párrafo... para todos aquellos que consideran la lectura como una parte fundamental de si mismos...

domingo, 6 de marzo de 2016

LO DIFÍCIL ES PERDONARSE A UNO MISMO-IÑAKI REKARTE

SINOPSIS

El primer libro en el que un etarra arrepentido cuenta, en primera persona y sin esconder nada, qué le llevó a formar parte de  la banda.

El ex-etarra Iñaki Rekarte, que ha pasado veintiún años en la cárcel, condenado por múltiples asesinatos, ahora arrepentido y reinsertado, lo cuenta todo en este libro, desde su incorporación a la organización terrorista a los diecinueve años, su vida dentro de ETA, sus actuaciones criminales y cómo se enamora de su mujer, Mónica, trabajadora social en la cárcel, y a través de ella descubre un mundo y una sociedad, desconocidas para él, que hasta entonces sólo odiaba.

Rekarte es uno de los miembros de ETA que consiguió la libertad en noviembre de 2013 al aplicarse a la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que tumbó la aplicación de la doctrina Parot.

 Fue condenado a 203 años y seis meses de prisión por haber colocado un coche bomba en Santander en 1992 que mató a tres personas e hirió a 21. Estando en prisión, rompió con la disciplina de la organización terrorista y se acogió a la denominada vía Nanclares. Fue expulsado del colectivo de presos terroristas por condenar la lucha armada de ETA y tratar de reconciliarse con las víctimas. Para la organización terrorista es un traidor.

CITAS Y FRAGMENTOS DEL LIBRO

"Su llegada fue una especie de chispazo que provocó en mí una sensación que no había vivido en mucho tiempo. Fue como una aparición venida de otro mundo, una imagen que contrastaba de manera inimaginable con aquella rutina diaria poblada por los presos más peligrosos del país y los funcionarios que mantenían el centro sometido a un régimen especialmente estricto".

"No es fácil mantener una relación amorosa cuando eres uno de los miembros de ETA más perseguidos, tienes tu expediente bien marcado en rojo con intentos de fuga y estás recluido en la cárcel más segura y controlada del país. Esto significa que para ti no hay encuentros íntimos y que las simples visitas del locutorio se te otorgan con cuentagotas. La llama del amor hay que alimentarla de vez en cuando y no dejar que se apague, pero esto era imposible en Puerto I".

"Era de allí, de Cádiz, así que pertenecía a un mundo que para mí formaba parte del territorio enemigo; un mundo que no conocía, pero que había aprendido a odiar. Sé que proclamar el odio hacia lo que se desconoce puede sonar contradictorio, pero en aquellos años de rejas y aislamiento, de vueltas al patio y olor a presidio, el odio se había convertido en una herramienta fundamental para mantenerme aferrado a mis ideales y sobrevivir".

"Los primeros años de cárcel los había dedicado a tejer un entramado interior que me salvaguardara. Lo que había hecho, estaba hecho, y punto. No había vuelta atrás. Los muertos habían quedado en el camino, eso era todo. Formaban parte de un conflicto, como cuando estás en una guerra y hay caídos en el frente. No había dudas al respecto, ni problemas de conciencia".


"Así que allí estaba yo, uno de los presos de ETA de Puerto I, cayendo sin remedio en un amor imposible, atrapado por una relación difícil de entender y asumir desde cualquier punto de vista. Seguir adelante con aquel enamoramiento suponía mi separación del grupo al que había estado unido desde mi entrada en la cárcel. Y hace frío fuera del grupo. Suponía, incluso, un posible conflicto con la organización. Mi vida se podía complicar de forma seria si seguía adelante con aquello. Para ella, las consecuencias eran parecidas, o incluso más difíciles. Mantener una relación con un preso de ETA con condena firme por pertenencia a banda armada y asesinato causaba un profundo rechazo en su entorno. Nadie iba a poder comprenderlo ni aceptarlo".


"Para ella fue especialmente doloroso recibir la confirmación oficial de que su historia de amor con un preso iba a significar el final de su carrera, que hasta ese día había sido el objetivo principal de su vida. Ante la disyuntiva, Mónica no dudó ni un instante: He optado por ti, he optado por nuestro amor, por nuestra bonita historia que quiero que continúe, que crezca y que dé frutos."

"No exagero si digo que en gran parte fue mi amor por Mónica lo que me llevó a pensar de otra manera. Yo ya llevaba un trozo del camino hecho, porque los años de cárcel no fueron en balde, pero fue gracias a ella que pude empezar a ver la realidad tal cual era, no como yo la había imaginado antes. Enamorarme de ella me hizo reflexionar sobre todo lo que me había ocurrido en mi vida, sobre el daño que había causado, sobre la inutilidad de la violencia, y pronto empecé a preguntarme cómo me había metido en ese callejón sin salida."

"Sí, un antiguo miembro de ETA, un hombre que estuvo lleno de odio, lloraba al comprender que todo lo que había hecho en el pasado no tenía vuelta atrás, que los muertos no iban a resucitar, que el daño causado no se podía reparar. Aquel viaje me había permitido ver con mis propios ojos una realidad que durante gran parte de mi vida me había negado voluntariamente a mirar.

            Por eso, aquel día, saliendo de Cádiz, con mis manos agarradas al volante del coche que nos llevaba a los dos de vuelta a casa, al fin pude hacer algo que recordaba haber hecho muy pocas veces en mi vida adulta: llorar.

Aquel fue un viaje hacia mi interior con un espíritu completamente renovado. Y gracias a él pude verlo todo con otros ojos. Ya no quería volver a llevar la vida que había conocido en el pasado. Necesitaba cambiar, necesitaba tener esperanza y, quizá lo más difícil, necesitaba perdonarme a mí mismo".

"No hablé nada durante el encuentro, no me salía nada. Allí, delante de toda aquella gente, en medio de la parafernalia carcelaria, no fui capaz de decirle nada. Luego, cuando salimos, sentí una enorme tristeza, le hubiese contado tantas cosas, le hubiese dicho que le quería tanto, pero no pude hacerlo en ese momento".

"Fuimos a su casa corriendo, cogimos el subfusil y allí mismo, antes de salir a realizar la operación, decidimos echar una moneda al aire para decidir, a cara o cruz, quién iba a ser el ejecutor, quién iba a disparar. Agarré un duro de la época, lo lancé, dio varias vueltas, lo detuve sobre el reverso de mi mano y lo tapé con la otra. Miré a Juanra con un gesto inquisitivo.
            —Cara —me dijo con decisión, como si quisiera que ese fuera el resultado.
            —Cara, has acertado —le respondí.
            En aquel momento no sentí alivio, en contra de lo que pudiera parecer. Es raro decirlo ahora, pero me pareció que el azar se había puesto del lado de Juanra aquel día".

"Aquella noche me metí en la cama sin conocer las consecuencias exactas de nuestra acción. A la mañana siguiente, mi madre me despertó diciéndome:
            —Iñaki, han matado a uno en la plaza de Urdanibia.

            Confieso que en ese momento me puse contento. Nuestro objetivo estaba logrado. Francisco Gil Mendoza había recibido dos disparos de bala y había muerto a pocos metros de allí. No logró escapar. Su hermano, en cambio, con el que había coincidido en el proceso de desintoxicación, sí había conseguido huir con vida. Al fin aquello era real. Habíamos logrado completar una acción."

            "Muchos años después, cuando llevaba más de dos décadas en la cárcel, tuve relación con la hermana de los dos traficantes. Me escribió varias cartas en las que se quejaba de que su hermano, el que había muerto en el atentado de Irún, era considerado una víctima de segunda categoría, por haber sido un traficante de drogas, y por este motivo no lo incluían en la lista oficial de fallecidos. Como si hubiera muertos de primera y de segunda entre las víctimas de ETA.

            Reconozco que aquellas cartas me produjeron una gran conmoción. Porque me escribía sin ningún rencor y me explicaba lo que había sido de su familia a partir de ese atentado. Me contó que su madre se murió de pena y su otro hermano, el que logró escaparse, había fallecido de sida años después. Era tremenda la desolación de aquella mujer. La vida la había tratado muy mal y nosotros habíamos tenido una responsabilidad capital en ese triste destino. Éramos los asesinos de su hermano. Pero para mí lo más duro era que sus cartas, que destilaban una gran desolación y un enorme sufrimiento, no transmitían sentimientos de odio ni de venganza.

            Sinceramente, hubiera aceptado sus insultos, sus amenazas y su desprecio por todo lo que la habíamos hecho sufrir, pero no había nada de eso en sus palabras. Había, simplemente, pena y dolor. Me hizo pensar profundamente, me hizo sentir mal de verdad."

"Sé que muchas personas poco familiarizadas con este mundo se pueden sentir sorprendidas al conocer esta forma de funcionar, pero así era ETA. Así de simple y arbitraria... Alguien, un simpatizante que hacía vida normal en su pueblo, pasaba un papel con información sobre diversos objetivos a otro vecino, quien posteriormente lo hacía llegar al comando operativo y este decidía contra qué elemento actuar en función de las circunstancias y de las posibilidades de éxito".

"En la despedida, el aita me dio un abrazo más fuerte de lo habitual y me mantuvo varios segundos apretado contra él, con sus brazos agarrados a mi espalda. Era como si no quisiera despegarse de mí, como si sintiera que en ese momento nos despedíamos para siempre, como si creyera que no iba a volver a verme con vida nunca más. Y nos dijo:

            —Pisad fuerte, ¿eh? Tened mucho cuidado.

            Ese día vi diferente a mi padre. Me pareció que me hablaba como a un hombre, no como a un niño, como había ocurrido antes. Aquella situación no tenía vuelta atrás y él se daba cuenta de que ya no podía ejercer su autoridad sobre su hijo, que se le iba definitivamente para llevar una vida completamente independiente, imprevisible y peligrosa, pero en la que él poco tenía que decir, aunque quisiera decir mucho".

"Nuestra misión era quedarnos allí un tiempo largo, aunque sin definir exactamente, y hacer el mayor daño posible. Esa era la consigna que habíamos recibido y a eso nos íbamos a dedicar en los próximos meses". 

            "Yo era el responsable del comando, pero tenía poca idea, por no decir ninguna, de qué debía hacer ni cómo podía montar un grupo armado operativo. Lo sorprendente era que Koldo y Dolores eran aún más inexpertos que yo, con el agravante de que ninguno de los dos sabía manejar un coche ni tenía el carnet de conducir. Suena a chiste, si no fuera por el drama que nuestra actividad causaba, pero esa era la realidad. Éramos tres novatos enviados por ETA a operar con coches bomba, pero no conocíamos el lugar, y sólo yo era capaz de agarrar un coche y llevar a cabo una fuga, si se daba el caso".




           "Los agentes confirmaban que no había habido víctimas mortales entre sus compañeros, pero la deflagración se había llevado por delante a tres personas que no tenían nada que ver con la policía. Escuchar aquello nos puso de mal humor. El atentado había salido mal, habíamos fracasado. Pero en ese momento no teníamos esa sensación por haber matado a tres inocentes que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento menos oportuno, sino por no haber acabado con ningún policía. No habíamos logrado los objetivos que nos habíamos marcado. Las otras muertes nos parecían inevitables daños colaterales. Aunque no las buscábamos, tampoco podíamos impedir que ocurrieran".

           
"Lo terrible de un hecho así es cuando terminas poniendo nombre y cara a las víctimas. En el momento del atentado, es obvio que tú no vas a por ellos, no son tu objetivo, no quieres que muera nadie fuera de la específica diana que te has trazado. Pero estaban allí, o pasaban por allí, justo en el momento en el que giré la cabeza y vi que la furgoneta policial se encontraba a la altura del coche bomba y yo debía hacer explotar la carga".
        
"Tres días después del atentado, en Santander se organizó una enorme manifestación, con una gran multitud rechazando el atentado. Fue la mayor concentración de la historia de la ciudad. Nosotros, que estábamos escondidos en casa, decidimos apagar las luces porque pensamos que, quizá, si veían que no habíamos ido a la manifestación, sospecharían de nosotros. El lema de la marcha rezaba «El pueblo contra el terrorismo», y entre los manifestantes surgieron voces que pedían la restauración de la pena de muerte."
          
"Nosotros no nos dimos por aludidos, no nos identificábamos con el terror, sólo defendíamos lo nuestro. La ciudadanía en general no era nuestro objetivo. Sus muertes eran sólo «daños colaterales». Pero esos efectos colaterales volverían más tarde a mi mente, una y otra vez, con toda su carga de dolor, para recordarme la fatídica fecha del 19 de febrero de 1992".

"Creo que se dio perfecta cuenta del embolado en el que le estábamos metiendo, pero no quiso mandarme a freír espárragos. Me conocía y podía intuir por dónde andaba, por eso no nos dejó pasar a su vivienda y al final tomó una especie de decisión salomónica. Nos negó su casa, pero nos ofreció la de Dios. Así que bajamos a la iglesia, nos dormimos, y a las seis de la mañana, tal y como él nos había pedido, nos fuimos. Al marcharnos pensé que allí se acababa mi relación con Treviño, pero no, lo que le dejamos fue una terrible pista que unos meses más tarde le iba a llevar directamente a la cárcel".



"Eso es algo que todos los de la kale borroka, esos chavales que andan en las manifestaciones de apoyo a ETA, desconocen. No tienen ni idea de la dureza que acarrea esa vida que tanto dicen admirar. Esos héroes que ensalzaban, esa épica, ese romanticismo de la batalla contra el enemigo, es todo un cuento. Lo dice uno que estuvo allí y lo sufrió en su propia carne. Es muy fácil apoyar a ETA en la calle, en las manis, y luego ir a la sidrería, a los arranos, los bares de los abertzales, y rematarlo todo con un chuletón y una botella de sidra en la mesa. Mientras tanto, los del comando están escondidos en su agujero, encerrados en su soledad, a la espera del siguiente atentado. Otra cosa que no saben esas personas que no fueron a su «guerra» es que buena parte de los que soportaron esa vida de sombras no están del todo bien de la cabeza, no consiguen dormir tranquilos, se acuerdan de cada persona que han matado, y si no se acuerdan es porque lo apartan de la mente con un esfuerzo tremendo que les machaca por otro lado".

            "Al principio tratas de olvidarlo todo, de enterrarlo en algún lugar lejano de tu memoria, pero siempre vuelve, y lo hace para quedarse contigo, no puedes quitártelo de la cabeza, continuamente va a tu lado". 

            "Hay dos caminos, cuando eres preso de ETA: o terminas verdaderamente mal, sobre todo si tienes conciencia de haber hecho el mal, de haberlo generado y alimentado durante años y años de actuación violenta, o tratas de taparlo escondiéndolo bajo el manto de la política, de la represión en Euskadi, de la situación de los presos, de lo que sea. Lo que pasa es que cuando estás solo contigo mismo, toda esa palabrería vana no vale para nada. Cuando estás en tu celda, viene a ti lo que hiciste, el daño que provocaste, viene todo eso a tu mente y no te da descanso. Vuelven a ti los muertos que causaste. Entretanto, tienes que enfrentarte a tus propios demonios interiores".
        
"Pero el odio sólo sirve durante un tiempo. Con el paso de los años, esos pensamientos acaban aflorando. El mal causado, las terribles consecuencias, el daño infligido, todo. Vuelven, una a una, todas tus acciones y tus víctimas, casi en cámara lenta, una y otra vez.


            Yo he hablado de todo esto en privado con algunos presos y a la mayoría le ocurre lo mismo, pero en público nadie lo dice. Hay unanimidad en aceptar lo hecho y las consecuencias. Todo es resultado de un conflicto entre Euskal Herria y el Estado español y así se queda, sin más. Lo otro sería rendirse, aceptar que se ha errado, que uno estaba equivocado y que, por lo tanto, toda la organización había fallado como proyecto y como idea. Pero eso no es lo que dicen, se mantienen en sus trece e insisten en lo de las consecuencias del conflicto. El calvario personal de muchos de ellos es indudable, aunque no se atrevan a reconocerlo públicamente".

            "Cuando los presos salimos de la cárcel, nos encontramos con un mundo muy diferente al que imaginábamos. Allí dentro te haces una idea con cuatro datos que ves en la tele y lo que te dicen los abogados y familiares que van a visitarte, pero eso forma parte de un todo endogámico que siempre ofrece información sesgada. Cuando sales descubres que la realidad no tiene nada que ver con lo que te habían contado.

            Te haces una idea falsa, de una Euskadi que no existe, de una fantasía sobre la política y la sociedad vasca que no tiene nada que ver con la realidad. Como si tuvieras una imagen fija de cómo era el mundo en los años en los que entraste en la cárcel y luego le fueras poniendo pegatinas encima con lo que ocurre después, creyendo que esa es la realidad. Y lo que ocurre es que ese mundo desapareció y el de hoy no lo entiendes, te faltan claves, te encuentras perdido, desorientado.

Pero lo más tremendo de todo es cuando lees las declaraciones de un personaje muy importante en la historia de ETA, uno de sus fundadores en el lejano 1958. Me refiero a Emilio López Adán, Beltza, médico vitoriano y uno de los responsables de introducir el concepto revolucionario en esa organización, añadido a su faceta nacionalista. En una entrevista publicada en el semanario en euskera Argia, en octubre de 2012, después de que ETA anunciara el cese definitivo de sus actividades armadas, decía lo siguiente:

La estrategia político-militar de ETA ha terminado y ha sido un fracaso. ETA ha dejado la lucha armada y hay 700 presos sin ninguna esperanza de ser liberados: la territorialidad está en el punto en el que estaba, y el derecho de autodeterminación —en lo que respecta al Estado español— está en el mismo nivel de reconocimiento en el que estaba. ETA no ha conseguido ninguno de sus objetivos.


            Qué duro se hace escuchar algo así después de tantos años de violencia, después de tanto sufrimiento, después de tanto dolor esparcido por tantos pueblos y ciudades".



            "Una de las pocas cosas buenas que tiene la cárcel es que te hace acostumbrarte a vivir con lo justo, con lo estrictamente justo, porque siempre te están moviendo de celda o incluso de prisión. Te haces muy espartano y tiendes a no acumular nada más que lo necesario. Por eso, deshacerme de esos papeles, que habían viajado conmigo durante todo ese tiempo, fue como una catarsis que me ayudó a romper definitivamente con mi pasado".
          
            "Es curioso cómo se puede sufrir de forma tan intensa por algo, como en mi caso fue la ruptura con L., que luego, con el paso del tiempo, ya no parece tan importante. Sin embargo, en aquel momento era lo más trascendental de mi".

            "En la cárcel experimenté una evolución personal que me acercó al odio. Yo nunca lo había sentido antes. Jamás había odiado a España ni a la Guardia Civil. Fue en la cárcel donde aprendí a odiar. Digamos que aquella era una buena escuela para generar ese sentimiento, y también tenía buenos profesores. Me aferraba al grupo de compañeros, me sentía parte de aquel conglomerado de hombres que habían llegado allí por causas parecidas a la mía. Éramos, además, diferentes a los demás presos. Formábamos una especie de grupo aparte, un gueto constituido por nuestra propia voluntad".
         

            "Veinte años en prisión son muchos y dan para darle muchas vueltas a la cabeza. No siempre he pensado igual y mi pensamiento tampoco ha evolucionado en este tiempo en línea recta, de pensar de una forma a otra. Muchas cosas han influido para que yo fuera iniciando mi camino de rechazo a la violencia". 


"De manera intuitiva, sin que mediara ninguna orden, los del grupo de presos de ETA nos mantuvimos esa mañana especialmente unidos. Era una especie de tic de autodefensa, por lo que pudiera ocurrir. El ambiente dentro del recinto carcelario fue subiendo de tono según pasaban las horas, ya que el resto de presos nos veía responsables de aquello. Nosotros teníamos claro que los atentados no eran obra de ETA. Yo, desde luego, no tenía duda. Por muy locos que estuvieran los dirigentes de la organización en ese momento, esos atentados, planificados claramente para matar a un montón de trabajadores y gente corriente, no encajaban en los planteamientos del grupo. Tenía ese convencimiento, pero además, en lo más profundo de mi ser, deseaba que la autoría no fuera de ETA, porque en caso contrario nos esperaban unos meses de órdago".
            
            "Mónica me hacía sentir feliz, pero aquella relación me llenaba de dudas. No por mí, sino por ella. No quería hacerle daño, me horrorizaba pensar que pudiera sufrir por mi culpa, así que un día le envié una carta en la que le explicaba lo complicado que veía lo nuestro y le proponía, por el bien de los dos, que lo dejáramos. Y le escribí:

Es mejor que lo dejemos ahora, cuando aún estamos a tiempo, y no cuando nuestra relación se haya consolidado. Será duro para ti, será muy duro para mí, pero saldrás adelante. Te mereces algo mejor, alguien que pueda cuidarte, alguien que esté siempre contigo. Yo no puedo ser ese alguien. 


            Fue muy difícil para mí tomar aquella decisión. Me sentía como un cabrón, porque sabía que le iba a doler, pero pensé que ella no debía estar con alguien que estuviera condicionado por una situación como la mía, preso en una cárcel de alta seguridad con una larga condena por delante. No era ese el lugar idóneo para un amor eterno. A lo sumo, aquello sólo valía para simples retales amorosos".



            "Pese a las dificultades, cada vez me sentía más feliz. Al fin podía desarrollarme personalmente, podía decir las cosas como las sentía. En una de mis cartas, le hice a Mónica un nuevo resumen de mi vida sin tapujos, sin medias verdades. Pensé: si voy a comenzar de cero, voy a hacerlo bien. Creo que esa carta llegó a Instituciones Penitenciarias y alguien la leyó. Era la primera vez que expresaba por escrito de mi deseo de iniciar un nuevo camino, un camino al margen de ETA".


            "La ruptura de la tregua fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia. En ese momento tomé la decisión de separarme completa y definitivamente de la organización. Hasta entonces había albergado la esperanza de que el largo tiempo que llevábamos sin atentados, aquella tregua que ETA había llamado «alto el fuego permanente», se convirtiera en un alto el fuego definitivo. Ese era mi deseo, mi anhelo, mi sueño. Pero lo que ocurrió el 30 de diciembre de 2006 echó por tierra esas expectativas.


Mónica se dio cuenta, yo había cambiado. Y ese instante, el de ver por primera vez la carita de mi hijo, fue el decisivo. Lo que había pensado tras la finalización de la tregua ya no tenía marcha atrás. A los pocos días hablé con la directora de la cárcel y con el subdirector de seguridad y comencé a tantear la posibilidad de encontrar una salida a mi situación. A la vez, envié una comunicación a la Iglesia. Mi experiencia con miembros de esa institución había sido buena y tenía confianza en algunos de ellos. Lo hice a través de Félix Azurmendi, el director de Proyecto Hombre que me ayudó a separarme del mundo de las drogas. Él me había escrito cuando estaba en la cárcel reprochándome que después de haber salido de las drogas me hubiera metido en ETA y yo, en aquella ocasión, todavía joven y alocado, le contesté con exabruptos".


            "Buena parte de mi estancia en la cárcel la pasé viviendo a la defensiva, unido al grupo, sí, pero sin plantearme nada que no fueran las consignas que se generaban en ese ámbito tan cerrado, o las que llegaban desde la organización. Por otra parte, así estábamos todos. Nadie pensaba por sí mismo, nos limitábamos a seguir unas directrices muy concretas.


            Pero en realidad, ese no era yo. Ahora es fácil decirlo, pero en aquel lugar y en aquellas condiciones resultaba casi imposible romper la dinámica que teníamos tan marcada y pensar por nosotros mismos. No sólo por la soledad y el aislamiento a los que podía llevarte una decisión así. Había otro motivo más profundo para dar de lado a la realidad y seguir camuflado en el pensamiento único del grupo: si decidías bajarte de ese carro, de inmediato perdía el sentido todo lo que habías estado haciendo en los últimos años de tu vida, eso por lo que habías luchado y que había acabado convirtiéndose en tu última razón de ser.

            Bajarte de ese carro suponía enfrentarte cara a cara a la dura realidad de tu conciencia, en crudo, sin el parapeto de las consignas y la épica de la lucha. Y ahí tu mente te empezaba a pasar factura. Porque habías matado a personas, no habías hecho cuatro travesuras menores, no. Habías acabado con la vida y las ilusiones de ciudadanos que tuvieron la mala fortuna de cruzarse en tu camino. Muy duro. Demasiado. Era mucho más fácil esconderse en el grupo y el dictado de la organización que mirar de frente a esa verdad, aunque ella te estuviera esperando al otro lado de aquella larga travesía de presidio".
            
"En aquella época, redacté un texto que dejaba clara mi posición respecto a ETA:

Considero totalmente ilegítimas, cuando menos, la utilización y justificación de la violencia para la obtención de un fin político y no político. La violencia en sí misma es un error, máxime en una sociedad pacífica y democrática como es la nuestra. No existe razón alguna que justifique las barbaridades que en nombre de ETA muchos ciudadanos hemos cometido durante décadas.Pido perdón a las familias de las víctimas que causé, entiendo lo duro y casi imposible que tiene que resultar convivir con ello y perdonar a quien te ha destrozado la vida para siempre. Jamás volveré a utilizar la violencia contra otro ser humano. Tampoco la justificaré ni callaré frente a quien persiste en ella, mi otro gran error en la vida.Deseo manifestar mi total desvinculación con la organización ETA por entender que la violencia no representa camino alguno para la obtención de objetivos políticos. Deseo igualmente manifestar mi arrepentimiento por el daño causado y pido disculpas a cuantos resultaron afectados por mis actuaciones.


            Aquel documento refrendaba mi desvinculación absoluta con mi pasado en la organización. No quería saber nada más de ellos, no deseaba caminar a su lado, optaba por seguir mi ruta personal, que ya había iniciado años atrás, pero que ahora confirmaba.


            Inmediatamente, como era de esperar, vino la respuesta de parte de ETA con mi «expulsión» del colectivo de presos. Nunca supe qué querían decir con lo de «expulsión», porque en realidad me había expulsado yo mismo hacía tiempo".


 "Cuando me vi fuera, sentí una necesidad imperiosa de alejarme de los muros de aquella cárcel, que representaba tantos años de reclusión. No eran los muros de Nanclares, eran los muros de todas las cárceles por las que había pasado, los muros de mi vida anterior. Allí se quedaban los comandos, los atentados, los muertos, el colectivo de presos, el Frente de Cárceles, todas las prisiones donde había estado encarcelado, las torturas sufridas, el aislamiento, las huelgas de hambre, el dolor, la soledad, todo. Quería dejarlo atrás cuanto antes, escaparme de aquella pesadilla, quería renacer, vivir una nueva vida".

"Y allí me encontraba yo, sentado trece años más tarde frente a la viuda de aquella víctima de ETA. Yo no maté a su marido, ni tuve nada que ver con aquel caso; de hecho, estaba en la cárcel en esa época, pero no pude evitar pensar en lo mal que me sentiría si hubiera sido el que disparó aquella pistola. ¿Qué le diría? ¿Por dónde empezaría?

            No he tenido la oportunidad de conocer a los familiares de las personas que maté, así que esa sensación me es desconocida. Pero cuando estás en presencia del allegado de la víctima, no puedes evitar preguntarte: ¿qué hemos hecho con su vida, con qué derecho? Y entonces llegas a pensar que todos hemos sido una puta cuadrilla de locos, capaces de matar a personas sin saber ni quiénes eran, ni por qué lo hacíamos. Un auténtico delirio".

            "En otra ocasión llegó al bar una persona acompañada por alguien de Santander, donde puse la bomba que mató a tres personas, y me lo presentaron así:

            —Mira, Iñaki, este conocía a uno de los que mataste.

            Al oír eso, se me revolvió todo el cuerpo. Inevitablemente, volvieron a mi mente las imágenes y las sensaciones de aquel momento tan lejano. Lo creía encerrado en lo más profundo de mi memoria bajo siete llaves. Pero no, los recuerdos trágicos salen de nuevo a la superficie y vuelves a rememorarlos.

            —Pues sí, precisamente, hace unos días se ha muerto en accidente de moto el hijo de aquella víctima —me siguieron contando.

            No sabía qué decir, me quedé helado, con cara de tonto, sin lograr que las palabras salieran de mi boca, aunque sólo se trataba de un conocido de la víctima, no de un familiar cercano. ¿Qué será cuando estés frente a un hijo, un hermano o un padre de un asesinado? En ese momento me di cuenta de lo mucho que me quedaba que recorrer en este camino".

"Después de leer aquellas declaraciones le di muchas vueltas al asunto. Pensé en lo extremadamente difícil que debe ser ponerte delante de ese hombre y decirle:

            —Yo fui el que hizo estallar la bomba que mató a su hijo. Hoy no lo haría, pero entonces lo hice. Siento enormemente lo sucedido y le pido perdón por ello, aunque sé que no me lo va a dar.

            Hay familiares de víctimas que han perdonado. Otras no lo han hecho y es totalmente comprensible. Yo mismo me pregunto a veces: si los hechos hubiesen sido al revés, si el asesinado hubiera sido mi padre, por ejemplo, ¿qué haría? ¿Aceptaría la petición de perdón del asesino?

            Es curioso: en la cárcel tienes todo el tiempo para pensar, pero luego, cuando sales y te sumerges en la vida diaria, con tu familia, con los hijos, con un negocio que tienes que sacar adelante, te queda poco tiempo para la reflexión. Pero cuando algo así llama a tu puerta, entonces sí que saltan tus fantasmas internos, vuelven para recordarte lo que hiciste, una y otra vez".

"Mónica me contó que su familia era muy conocida en Cádiz y que sus amigos, que eran incondicionales suyos, le decían:

            —Si te has enamorado de ese chiquillo, por algo será, porque tú eres muy buena gente y él también tiene que serlo.

            Tanto me gustó, tan bien lo pasamos, que regresamos dos meses después, en la Semana Santa, y luego en los Carnavales del año siguiente. Tengo claro de dónde soy, no albergo dudas sobre cuál es mi cultura, pero he aprendido a amar algo que antes consideraba hostil. Por suerte, me di cuenta de que la vida es otra cosa distinta a odiar, que hemos venido a este mundo para buscar amigos, no enemigos".

"Mónica había sufrido mucho durante demasiado tiempo por mantener vivo nuestro amor. Había tenido que pasar por situaciones tan desagradables como cuando la policía se presentó en el hostal donde se alojaba en Salamanca, cuando iba para visitarme a la cárcel de Topas, y acabaron echándola del establecimiento. Inexplicablemente, cuando iba a visitarme, la policía la vigilaba de cerca, pisándole los talones, como si fuera una forajida. Ella nunca pudo entender tanta presión sobre una persona que jamás había hecho nada malo, salvo enamorarse de un preso".



"Procuro enseñar a mis hijos a hablar en euskera y ya logro mantener complicadas conversaciones con Iñaki, que pregunta y pregunta, como todos los niños. Sé que algún día, en la escuela, algún chaval le dirá que su padre era un etarra y que he matado a personas. Ya le han dicho que he estado en la cárcel. Él sabe algo, nota que ese es un asunto privado, una especie de secreto de familia, pero se calla.

            Sé que un día tendré que enfrentarme a esto. Con él y con mi hija, Hegoa. Antes de que por ahí le cuenten cualquier cosa, he de ser yo, su padre, quien se siente frente a ellos y les explique mi pasado. No sé por dónde empezar, pero lo haré. Les confesaré que uno de los momentos clave de mi vida fue cuando ellos nacieron y les recordaré cómo reflexionaba ese día sobre qué pensarían mis hijos de mí cuando crecieran. Siempre les enseño que no deben hacer mal a nadie, que no peguen, que eviten la violencia, pero eso también me lo decían a mí en mi casa, y luego pasó lo que pasó".

            "A veces tengo la sensación de que esto no termina nunca, de que el proceso de reflexión que inicié en la cárcel continúa fuera de ella. Más tarde viene la explicación a las víctimas, a la sociedad, y después a tus hijos cuando crecen. Y sé que al final queda pendiente la explicación a uno mismo, que es quizá la más difícil. Aquello que hice en un breve periodo de mi vida me acompañará hasta la muerte.

            A mis hijos les debo una explicación, no puedo escaquearme". 

            "Yo pienso igual. Maté a tres personas y eso es algo que pesa sobre mi conciencia. Le he dado mil y una vueltas, y vuelvo a dárselas a menudo. Me costó transformar mi pensamiento, pasar de la radicalidad a la comprensión, del odio al afecto y el perdón. Y un día no muy lejano tendré que enfrentarme a mi hijo Iñaki y a mi hija Hegoa y decirles:
            —Hijos, yo fui de ETA.
            Y a continuación les contaré:
            —Yo maté en nombre de ETA, sí, pero me arrepiento mucho de ello, me arrepentiré durante toda la vida. Fue así, lo hice y tenéis que saberlo. Es algo muy duro, algo irreversible, y espero que podáis perdonarme. Pequé contra el quinto mandamiento, y me resulta muy difícil perdonarme. Porque lo más difícil es perdonarse a uno mismo".

OPINIÓN PERSONAL

Es un libro muy rápido de leer, una vez se empieza es difícil dejarlo. Reconozco que oí por primera vez sobre Iñaki Rekarte tras la entrevista que le hicieron en "Salvados". Tras ver el programa traté de conocer todo lo publicado sobre él, y decidí que quería leer el libro.

La trama ya de entrada se torna interesante. No hace falta ser demasiado mayor para conocer "ETA" más allá de sus siglas, y lo que es peor y más triste, para conocer el daño que han causado en este país.

 Por tanto reconozco que un libro en el que se hablaba del funcionamiento de la banda terrorista, de los motivos que llevaron a alguien a pasar de tener una vida normal a convertirse en un asesino, de  sus pensamientos tras cometer un atentado...se tornaban interesantes para mí, y la lectura del libro era algo casi obligado.

Hay muchas cosas en él que me sorprendieron, como algunos retazos en los que habla sobre la organización, las maneras de actuar, de adoctrinar etc. O, la frialdad que desprenden los pensamientos que tenía Rekarte tras cometer o participar en atentados. Aún sabiendo la trama, sigue siendo tremendamente absurdo tanto sin sentido. 

Otras partes del libro, son por suerte más esperanzadoras, cuando Rekarte comienza su propio camino de espinas personal, su consciencia ametralladora, recordandole el daño causado,cuando empieza a ser consciente  de la mentira en la que vivía y decide poco a poco, abandonar la violencia y a la banda. 

Reconozco que el arrepentimiento de Rekarte, aún sabiendo que nada podrá cambiar lo que ha hecho y que lo llevara como una losa toda la vida, le otorgan a libro todo el sentido por el que merece la pena leerlo.

Sé que es un libro complejo, que no todo el mundo estará dispuesto a leer ya que está destinado al rechazo por su trama y por su autor, algo que no condeno y que puedo llegar a entender, ya que el dolor causado hace lógicas las renuncias y los esquivos, pero que al mismo tiempo encuentro tremendamente interesante y necesario leer para conocer otro punto de vista de un episodio negro de la Historia de España, que nunca debió de haber ocurrido, escrito por alguien que lo ha vivido, conocido y participado en él. 

Si alguien se anima a leerlo, espero que lo encontréis interesante, ya me contaréis

Hasta la próxima. 







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