LA MANO DE FÁTIMA-ILDEFONSO FALCONES
SINOPSIS
"La historia de un joven atrapado entre dos religiones y dos amores, en busca de su libertad y la de su pueblo, en la Andalucía del siglo XVI."
1568. En el agreste paisaje de las Alpujarras granadinas, los moriscos sobreviven gracias a su duro esfuerzo a pesar de los continuos obstáculos que les imponen los cristianos viejos. Obligados a venerar unos símbolos religiosos en los que no creen, su descontento crece hasta estallar en una revuelta cruel y sanguinaria. Entre los sublevados se halla Hernando, hijo de una morisca y del sacerdote que la violó, Hernando se encuentra atrapado entre las dos religiones, ningún bando le quiere. Los moriscos le rechazan debido a su origen, y los cristianos por la cultura y las costumbres de su familia.
Durante la insurrección conoce la brutalidad y la crueldad de unos y otros, pero también encuentra el amor en la figura de la valerosa Fátima, la de los grandes ojos negros, a partir de la derrota es forzado a vivir en Córdoba, y en medio de las dificultades de la existencia cotidiana, todas sus fuerzas se concentrarán en lograr que sus costumbres y su religión, recuperen la dignidad y el papel que merecen, además de eso intentará conseguir su mayor sueño, la convivencia de las dos religiones en paz y en tolerancia. Para ello deberá correr riesgos y atreverse con audaces y muy peligrosas iniciativas...
CITAS Y FRAGMENTOS DEL LIBRO
"—¿Por qué todos me llaman nazareno, madre? —sollozó alzando la cabeza de entre sus rodillas. Aisha cerró los ojos ante el rostro anegado en lágrimas de su hijo. Intentó secarlas con una caricia, pero Hernando volvió la cabeza—. ¿Por qué? —insistió. Aisha suspiró profundamente; luego asintió y se sentó sobre sus talones, en la paja.
De acuerdo, ya tienes edad suficiente —cedió con tristeza, como si lo que iba a hacer le costase un gran esfuerzo—. Debes saber que hará catorce años, uno más de los que tienes ahora, el cura del pueblo en el que vivía de niña, en la ajerquía almeriense, me forzó... —Hernando dio un respingo y acalló sus sollozos—. Sí, hijo. Yo grité y me opuse, como exige nuestra ley, pero poco pude hacer entonces frente a la fuerza de aquel depravado. Me abordó lejos del pueblo, en unos campos, a media mañana. Era un día soleado —recordó con tristeza—. ¡Sólo era una niña! —gritó de repente—. Me arrancó la camisa de un solo tirón. Me tumbó y... Antes de continuar, la mujer volvió a la realidad y se enfrentó a los ojos de su hijo, inmensamente abiertos y clavados en ella: —Tú eres el fruto de ese ultraje —musitó—. Por eso..., por eso te llaman nazareno. Porque tu padre era un cura cristiano. Es culpa mía...
Madre e hijo se miraron durante unos largos instantes. Las lágrimas volvieron a correr por el rostro del muchacho, pero esta vez a causa de un dolor diferente; Aisha luchó contra su propio llanto hasta que comprendió que le sería imposible contenerlo. Entonces dejó caer el vaso de limonada y extendió los brazos hacia su hijo, que se refugió entre ellos."
"Fátima no abandonó a Aisha pese a los ruegos de ésta de que así lo hiciera. Brahim la humillaba a diario, buscando siempre que la muchacha se hallara presente, como si quisiera recordarle, una y otra vez, que ella era la causa de la desgracia de Aisha. Aquil, a sus siete años, imitaba a su padre y buscaba su aprobación en una conducta violenta y desconsiderada hacia su madre. Las dos mujeres se refugiaron la una en la otra: Fátima trataba de consolar a Aisha en silencio, acercándose a ella con delicadeza, sintiéndose culpable; Aisha la recibía como si se tratase de una de sus hijas muertas en Juviles, e intentaba convencerla con su cariño de que no la consideraba responsable de sus penas. No hablaron de su dolor: ambas evitaron hacerlo. Y con cada desplante, con cada insulto, se consolidaba más y más la relación que las unía"
"Espera... —le instó.
De pronto se dio cuenta de lo que realmente le sucedía a Miguel. Había estado tan absorto en sus propios pensamientos aquellos últimos tiempos que no había reparado en la transformación del muchacho.
—Creo que existe otro problema todavía más difícil de solucionar... —Clavó sus ojos azules en los de aquel que podía contarse como su único amigo y dejó transcurrir unos instantes—. Tú..., tú estás enamorado de esa muchacha, ¿verdad?
El tullido escondió su mirada, unos instantes tan sólo, antes de volver a enfrentarla a la de Hernando con determinación.
—No lo sé. No sé qué es amar a alguien. A Rafaela... ¡le gustan mis historias! Se tranquiliza cuando acaricia a los caballos y les habla. En cuanto entra en las cuadras deja de llorar y se olvida de sus problemas. Es dulce e ingenua. —Miguel dejó caer la cabeza., negó con ella, y se llevó la mano al mentón. Ante aquella visión, Hernando notó que le flaqueaban las fuerzas y se le hacía un nudo en la garganta—. Es... es delicada. Es bella. Es...
—La quieres —afirmó en voz baja y firme. Carraspeó un par de veces—. ¿Cómo viviríamos en esta casa? ¿Cómo podría casarme con la mujer de la que me consta estás enamorado? Nos cruzaríamos todo el día, nos veríamos. ¿Qué pensarías, qué imaginarías durante las noches?
—No lo entiendes. —Miguel continuaba cabizbajo. Hablaba en susurros—. Yo no pienso nada. No imagino. No deseo. Yo no puedo amar a una mujer como la ama un esposo. Nunca me han respetado. ¡Sólo soy escoria! Mi vida no vale una blanca. —Hernando trató de intervenir, pero en esta ocasión fue Miguel quien se lo impidió—. Nunca he tenido más aspiración que la de llevarme un hueso o un pedazo de pan podrido a la boca. ¿Qué más da si la quiero o no? ¿Qué importa lo que yo desee?
Siempre, a lo largo de los años, mis ilusiones se han perdido, enmarañadas en mis piernas. Pero hoy tengo una, señor. Y es la primera vez en mi asquerosa existencia que creo que, con tu ayuda, podría conseguir que se cumpliera. ¿Te das cuenta? Durante los diecinueve años con los que debo contar, nunca, ¡nunca!, he tenido la oportunidad de ver cumplido uno de mis deseos. Sí. Tú me has recogido y me has dado trabajo. Pero ahora te estoy hablando de mi anhelo, ¡únicamente mío! Sólo pretendo ayudar a esa muchacha."
"En ese momento, la mirada de Hernando se perdió en el cielo estrellado. La imagen de Rafaela acudió a su mente. Aquella joven delgada y temerosa había florecido y se había convertido en toda una mujer: tras el nacimiento de sus hijos, sus pechos se habían vuelto más generosos, sus caderas más anchas. Munir no quiso interrumpir unos pensamientos que presentía se dirigían hacia aquella muchacha que parecía haberse ganado el corazón de su compañero."
"Durante el regreso a Córdoba evitó la compañía de frailes, mercaderes, cómicos o caminantes de los que acostumbraban a transitar por los caminos principales e hizo el viaje solo, absorto en sus pensamientos. La culpa pesaba en él como una losa, y hubo momentos en que creyó que no soportaría más ese lastre. A medida que se acercaba a la ciudad, sus penas se vieron sustituidas por una congoja aún mayor: no deseaba llegar. ¿Qué iba a decirle a Rafaela? ¿Que su matrimonio con ella no era válido? ¿Que su primera esposa estaba viva?"
"El mero hecho de pronunciar aquella disculpa pareció liberar a Hernando. La carta dirigida a Fátima obraba ya en manos de Miguel, ¿quién podía predecir cuáles serían sus resultados o qué le contestaría Fátima, si es que lo hacía? Rafaela se enjugó las lágrimas con una mano mientras con la otra continuaba asiéndose la barriga.
Y entonces Hernando comprendió algo: sí, había fallado a Fátima, y ésa era una culpa de la que nunca podría librarse... pero no iba a cometer dos veces el mismo error con la persona a la que entonces amaba. Sin decir palabra, se levantó, rodeó el escritorio y se fundió con su esposa en un dulce abrazo."
"Decidle..., decidle también que la sigo queriendo, que nunca he dejado de hacerlo. Pero la vida... El destino fue cruel con ambos. He pasado media vida llorando su muerte. Pedidle perdón en mi nombre.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Me he vuelto a casar... Tengo otros hijos.
El judío asintió.
—Ella lo sabe y lo comprende. La vida no ha sido fácil para ninguno de los dos. Recordad: Muerte es esperanza larga. Eso es lo primero que me ha pedido que os dijera."
"Hernando la observó salir de la biblioteca enjugándose las lágrimas y un fuerte sentimiento de ternura de apoderó de él. Había aprendido a vivir entre Fátima y Rafaela. A una la encontraba en sus oraciones, en la mezquita, en la caligrafía o en el momento en que escuchaba a Muqla susurrar alguna palabra en árabe, con sus inmensos ojos azules clavados en él a la espera de su aprobación. A Rafaela la encontraba en su vida diaria, en todas aquellas situaciones en que necesitaba de la dulzura y el amor; ella le atendía con cariño y él se lo devolvía. Fátima se había convertido sólo en una especie de fanal al que seguir en sus momentos de conjunción con Dios y su religión."
"Hernando se volvió. Lo hizo despacio, como si presintiese algo inesperado. Entre la gente vio al marinero, en pie a pocos pasos de él. Le acompañaba una mujer... No consiguió verle la cara porque en ese momento alguien se interpuso entre ellos. Lo siguiente que vio fueron unos ojos negros clavados en él. Le faltó el aliento... ¡Fátima! Sus miradas se cruzaron y quedaron fijas la una en la otra. Un incontrolable torbellino de sensaciones le atenazó y le impidió reaccionar: ¡Fátima!"
"Fue Fátima quien rompió el hechizo: cerró los ojos al tiempo que apretaba los labios. «¡Por fin!», pareció decirle a Hernando con aquel gesto. Luego se encaminó hacia él, muy despacio, con los ojos negros llenos de lágrimas."
"Con ternura, Rafaela apartó de sí a los niños y se irguió frente a su esposo. Entonces le sonrió apretando los labios en un gesto decidido, triunfal. «¡Lo he conseguido! ¡Aquí estás!», le decían. Hernando fue incapaz de reaccionar."
"Rafaela sollozó. El mundo parecía desdibujarse a su alrededor. El cansancio, la emoción, la tremenda sorpresa. Todo pareció unirse en un instante. Sintió que le fallaban las piernas, que le faltaba el aire. Sólo oía las palabras de aquella mujer, cada vez más difusas, cada vez más lejos...
—No tenéis escapatoria. No hay forma de salir del Arenal... Sólo yo puedo ayudaros...
Entonces Rafaela, ahogando un gemido, se desmayó.
Los niños corrieron a su lado, pero fue Hernando quien, apartándolos, se arrodilló junto a ella.
—¡Rafaela! —Dijo, palmeándole las mejillas—. ¡Rafaela!
Desesperado, miró a su alrededor. Sus ojos se cruzaron, sólo un instante, con los de Fátima, pero ese fugaz contacto sirvió para que ésta comprendiese, antes que él incluso, que lo había perdido."
"—No me abandones —suplicaba Rafaela, medio aturdida—. No nos dejes, Hernando.
Miguel, los niños y Fátima observaban a la pareja algo alejada de ellos, junto a la ribera del río, adonde Hernando había llevado a su esposa. Rafaela aún tenía el semblante pálido, su voz seguía siendo trémula; no se atrevía ni a mirarle.
Hernando todavía sentía el aroma de Fátima en su piel. No hacía mucho rato se había entregado a ella, deseándola; hasta había soñado fugazmente, unos meros instantes, en la felicidad que le proponía. Pero ahora... Observó a Rafaela: las lágrimas corrían por sus mejillas mezclándose con el polvo del camino que llevaba pegado en su rostro. Vio temblar el mentón de Rafaela, que trataba de reprimir sus sollozos como si quisiera presentarse ante él como una mujer dura, decidida. Hernando apretó los labios. No lo era: era la muchacha a la que había librado del convento, aquella que poco a poco, con su dulzura, había ganado su corazón. Era su esposa.
—No te dejaré nunca —se oyó decir a sí mismo.
La tomó de las manos, dulcemente, y la besó. Luego la abrazó."
"¡Fátima! ¡Le había perdonado!
Las risas de sus hijos, algo más allá, le distrajeron. Los miró: corrían y jugaban entre los olivos, animados por los gritos de Miguel, bajo la mirada sonriente de su esposa. Sí, su familia era su gran logro..., suspiró Hernando. ¿Por qué no había sido posible esa convivencia entre ambos pueblos? Entonces vio a Muqla, que permanecía algo apartado: quieto, serio, atento a él. Todos eran sus hijos, pero aquél era el heredero del espíritu labrado a lo largo de ocho siglos de historia musulmana en aquellas tierras, aquél sería quien continuaría con su obra.
De repente, Rafaela se dio cuenta de la afinidad entre padre e hijo y, como si supiera lo que pasaba por la cabeza de su esposo, se acercó a Muqla, se situó a sus espaldas y apoyó las manos sobre sus hombros. El pequeño buscó el contacto con su madre y entrelazó sus dedos con los de ella.
Hernando contempló con cariño a su familia y luego elevó la mirada por encima de las copas de los olivos. El sol estaba en lo alto, y por un instante, sobre el nítido cielo, las nubes dibujaron para él una blanca e inmensa mano de Fátima que parecía protegerlos a todos."
OPINIÓN PERSONAL
A mi me ha gustado mucho, hay algunas partes algo históricas, pero el autor, en mi opinión ha sabido enganchar al lector dejándolo página tras páginas con sensaciones de rabia, intriga, pena, amistad y amor.
¡Espero que os guste!